Nos han enseñado que no es bueno compararse con los demás porque “siempre el pasto del vecino se verá más verde”. Esto ocurre cuando observamos a los otros desde la negatividad, es decir, desde aquello que nos falta, de lo que no tenemos. Entonces, volcamos la mirada hacia aquellos que aparentemente lo tienen todo y nos sentimos cada vez menos, inferiores y frustrados. Siempre habrá alguien a quien le va mejor que a uno, por lo tanto esa comparación te garantiza sentirte mal.

Sin embargo, también existe otra realidad, es decir la de aquellos que desgraciadamente están en una condición más desfavorable que la propia. Y no se trata de sentirnos mejor a costa de ellos o resignarse a lo que se tiene por esa misma razón, sino que es un llamado a la valoración de lo que se ha logrado y a la autorreflexión de todo aquello. Porque nos guste o no, lo que tenemos es el resultado de las decisiones que hemos tomado en conjunto con los recursos materiales y emocionales que hemos tenido disponibles. Los recursos materiales son finitos, pero los emocionales son innumerables y son los que verdaderamente nos capacitan para sacar lo mejor de cada situación, entorno y experiencia que vivimos. Estos se pueden aprender y desarrollar y es lo que se llama inteligencia emocional. Es ahí donde radica la diferencia entre una vida con realizaciones y una vida llena de frustraciones. Recuerda que el éxito o los logros no son donde has llegado, sino las barreras que has tenido que sortear para conseguirlo. Y tus mejores herramientas son las emociones constructivas que posees o que debes descubrir.